Existen miles de razones para visitar Rumania. La que llevó a Miguel hasta sus tierras fue un noble valaco, el príncipe Vlad Tepes, o Conde Drácula para los lectores de la inmortal novela del irlandés Bram Stoker. La hermana de Miguel, acompañante fiel en este viaje, fue testigo de las locuras que uno puede llegar a hacer para seguirle la pista al vampírico personaje, un recorrido que les llevó por las principales ciudades y fortalezas de la región de Transilvania.

Buena muestra de ello fue lo que les ocurrió en su visita al lago Snagov. Curiosamente, en mitad de éste, hay una pequeña isla, en la que se encuentra una aún más pequeña iglesia, en la que presuntamente descansan los restos mortales de Vlad Tepes. La única manera de llegar hasta allí es alquilando un bote de remos. Y eso fue lo que hicieron Miguel y su hermana, correr una aventura sin igual en mitad de la nada, y a pesar de lo arriesgado del periplo y de que sólo tuvieron unos minutos para pisar la capilla y hacerle una foto, confiesan que mereció la pena.

Lo cierto es que, vampiros aparte, Rumania tiene mucho más que ofrecer al turista. Destaca la subida en teleférico al monte Tâmpa, las casas del centro de Sibiu, que parecen observar al visitante con ojos entrecerrados, y las murallas medievales de Sighişoara, en las que dejando volar la imaginación puedes sentirte como un soldado atemorizado por el aullido de los lobos.

Y no nos podemos olvidar de la capital de Rumania, Bucarest, una ciudad de enormes contrastes en la que conviven el lujo del Palatul Parlamentului, el Palacio del Parlamento, y la miseria de humildes calles recorridas por romaníes. La vida nocturna en Bucarest es muy dinámica. Para comer nada mejor que uno de los restaurantes más conocidos y turísticos de la capital, el Caru’ Cu Bere, donde sirven comidas típicas como una infinita variedad de Ciorbas (sopas), Sarmale (carne) o Mamaliga (pan), y todo aderezado con bailes y trajes regionales. Merece la pena darse una vuelta por el barrio del Lipscani, para beber unas cervezas bien frías, ya sea Urdus, Ciuc o cualquier otra, y es obligatorio tomarse un par de chupitos de uno de los licores más conocidos de Rumanía, la Palincă, una especie de brandy hecho a base de frutas, que puede ser suave como un caramelo o ardiente como el infierno, según la variedad y el artesano.

Para finalizar su viaje, Miguel tenía marcado en su mapa de ruta un destino muy especial, Viscri, uno de los escenarios principales del libro “El pequeño vampiro en el país del Conde Drácula”, un relato que marcó la infancia de nuestro viajero y que le descubrió su interés por los vampiros. Posiblemente, sin Rüdiger (el Pequeño Vampiro), Miguel nunca hubiese emprendido este viaje, por lo que era imposible que el personaje del libro no estuviese presente. Pueblo a pueblo, kilómetro a kilómetro, atravesando bosques y montañas, Rüdiger estuvo allí hasta llegar a Viscri, su tierra natal, en la que fue inmortalizado junto a nuestro viajero, que supo dar incluso con la entrada secreta de su cripta.